En la rígida sociedad inglesa de principios del siglo XIX no
cabe, para aquellas muchachas sin demasiados recursos, otra alternativa que la
de encontrar un buen esposo. Así ocurre en el hogar de los Benet. Con cinco
hijas en edad de casarse y pendientes de que todos sus bienes, a la muerte del
patriarca, pasen a ser propiedad de un heredero varón ajeno al propio núcleo
familiar, es la propia Señora Benet la que casi obscenamente, casi ejerciendo
de madame, trate de arreglar el futuro de sus retoños.
Cada personaje va
retratando los vicios de una sociedad,
aquella, que no por extinta ha dejado de tener vigor. Una madre inculta
e interesada, que es todo apariencia, dejándose en ridículo en la mayoría de
sus intervenciones y haciendo que sus propias hijas, aquellas que no han
heredado su carácter, sientan vergüenza. Un padre calmado, que parece estar por
encima de los estereotipos pero que, sin embargo, se apresura a arreglar el
casamiento de una de sus hijas después de que esta se fugase con su enamorado,
para evitar, al menos intentarlo, las murmuraciones de sus vecinos.
Unas hijas menores, inconscientes y alocadas, vividoras de
su momento, bien por la edad, bien por el especial apego con su madre; y unas
hijas, las mayores, más serenas y sensatas que acaban encontrando el amor
verdadero al lado de esposos adinerados. Buena moraleja, si lo fuese.
Alrededor personajes variopintos, el afectado primo que
busca una esposa porque así ha de ser y rinde pleitesía a Lady Catherine, una
adinerada señora embebida de su propia grandeza; la esposa de este, que no lo
ama pero con el matrimonio alcanza posición. Bingley y su cohorte, un muchacho
formal pero influenciable, rodeado de sus hermanas que le representan y
aparentan amistad con aquellos a los que no soportan. Wickhan, el vividor
mujeriego, buscador de dotes, que acaba siendo víctima de sus propios engaños y
casado con una de las pequeñas de los Benet. Y Darcy, ese personaje altivo y
prepotente que solo con el transcurrir de la novela se va convirtiendo en alguien
tierno, noble y con un alto sentido del deber.
Nada es lo que parece y nadie es quien aparenta, aunque
algunos, acaben siéndolo.
"Cuanto más conozco el mundo, más me desagrada, y el
tiempo me confirma mi creencia en la inconsistencia del carácter humano y en lo
poco que se puede uno fiar de las apariencias de bondad o inteligencia."
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